miércoles, 16 de abril de 2008

escuela de traductores



Escuela de traductores de Toledo

El nombre de «Escuela de traductores de Toledo» designa en la historiografía, desde el siglo XIX, a los distintos procesos de traslación e interpretación de textos clásicos greco latino alejandrinos, que habían sido vertidos del árabe o del hebreo, a la lengua latina sirvíéndose del romance castellano o español como lengua intermedia, o directamente a las emergentes «lenguas vulgares», principalmente al castellano.
La conquista en 1085 de Toledo y la tolerancia que los reyes castellanos cristianos dictaron para con mahometanos y judíos, facilitaron este comercio cultural que permitió el renacimiento filosófico, teológico y científico primero de España y luego de todo el occidente cristiano.
En el siglo XII la «Escuela de traductores de Toledo» vertió principalmente textos filosóficos y teológicos (Domingo Gundisalvo interpretaba y escribía en latín los comentario de Aristóteles, escritos en árabe y que el judío converso Juan Hispano le traducía al español, en el que se entendían). En la primera mitad del siglo XIII esta actividad se mantuvo. Por ejemplo, reinando Fernando III, rey de Castilla y de León, se compuso el «Libro de los Doce Sabios» (1237), resumen de sabiduría política y moral clásica pasada por manos «orientales». En la segunda mitad del siglo XIII el Sabio rey-emperador Alfonso X (rey de Castilla y de León, en cuya corte se compuso la primera «Crónica General de España») institucionalizó en cierta manera en Toledo esta «Escuela de traductores», centrada sobre todo en verter textos astronómicos y médicos.
También se incurre en confusión al querer equiparar traducciones realizadas en otros lugares al núcleo vertebrador triunfan
te que representa Toledo. Sería ridículo suponer que toda la traslación del legado clásico alejandrino pasara por manos «toledanas», pues mecanismos similares se produjeron en otros sitios, pero anegar y disolver el significado y la importancia de la tarea realizada en Toledo sólo puede entenderse desde una voluntad anacrónica de exaltar ciertas independencias culturales de mucha menor influencia, y en todo caso incomparables al curso triunfante que se cuajó en Toledo, momento importante de la consolidación y expansión definitiva de la lengua española. También se incurre en confusión al querer equiparar traducciones realizadas en otros lugares al núcleo vertebrador triunfante que representa Toledo. Sería ridículo suponer que toda la traslación del legado clásico alejandrino pasara por manos «toledanas», pues mecanismos similares se produjeron en otros sitios, pero anegar y disolver el significado y la importancia de la tarea realizada en Toledo sólo puede entenderse desde una voluntad anacrónica de exaltar ciertas independencias culturales de mucha menor influencia, y en todo caso incomparables al curso triunfante que se cuajó en Toledo, momento importante de la consolidación y expansión definitiva de la lengua española.






Conocemos algunos nombres de traductores: el segoviano Domingo Gundisalvo, que traducía al latín desde la versión en lengua vulgar del judío converso sevillano Juan Hispalense, por ejemplo. Gracias a sus traducciones de obras de astronomía y astrología y de otros opúsculos de Avicena, Algazel, Avicebrón y otros, llegaron a Toledo desde toda Europa sabios deseosos de aprender in situ de esos maravillosos libros árabes. Estos empleaban generalmente como intérprete a algún mozárabe o judío (como Yehuda ben Moshe) que vertía en lengua vulgar o en latín bajomedieval las obras de Avicena o Averroes. Entre los ingleses que estuvieron en Toledo se citan los nombres de Roberto de Retines, Adelardo de Bath, Alfredo y Daniel de Morlay y Miguel Scoto, a quienes sirvió de intérprete Andrés el judío; italiano fue Gerardo de Cremona, y alemanes Hermann el Dálmata y Herman el Alemán. Gracias a este grupo de autores los conocimientos árabes y algo de la sabiduría griega a través de estos penetró en el corazón de las universidades extranjeras de Europa. Como fruto secundario de esa tarea, la lengua castellana incorporó un nutrido léxico científico y técnico, frecuentemente acuñado como arabismos, se civilizó, agilizó su sintaxis y se hizo apto para la expresión del pensamiento, alcanzándose la norma del castellano derecho alfonsí.
Ruta del camino de Santiago



Iglesia de San Martín de Frómista


Pinturas de San Isidoro